Detectar el cáncer y construir la ciencia
Cerca del final de su carrera laboral, es inevitable preguntarle a Alfonso Cayota, parte del grupo fundador del Institut Pasteur de Montevideo (IP Montevideo), sobre los principales logros alcanzados a nivel institucional. Como responsable del Laboratorio de Genómica Funcional y docente de la Universidad de la República (Udelar) lo que más lo deja conforme es haber puesto su granito de arena para generar un contexto para que los jóvenes científicos uruguayos pudieran desarrollar sus capacidades a pleno y así “superar” a sus mentores.
Cayota, médico e investigador, entonces, no solamente ayudó a sentar las bases para la formación de las nuevas generaciones de científicos, sino que también ha estado detrás de un proyecto que involucra a distintos grupos y disciplinas.
Entre sus reconocimientos se cuenta recientemente el Gran Premio Nacional de Medicina 2021 que otorga la Academia Nacional de Medicina. El trabajo premiado se enfoca en la realización de test genéticos a familias con posible predisposición hereditaria al cáncer de mama. Este aporte científico ha sido de gran valor, tanto porque se trata de la primera causa de muerte por cáncer en las mujeres uruguayas, como porque ha permitido poner esos test al alcance de uruguayos que quizás de otra forma no podrían acceder.
En esta entrevista, Cayota habla sobre el valor de este proyecto, la importancia del trabajo en equipo en la ciencia y las futuras generaciones.
Casi 17 años después de la fundación del IP Montevideo, ¿cuáles creés que han sido los principales logros a nivel institucional?
La idea creo que se cumplió. Queríamos generar un espacio de ciencia que creara las mejores condiciones para aprovechar las capacidades de los jóvenes científicos. Es decir, queríamos generar un espacio no solo para el retorno de científicos jóvenes desde el exterior, sino para que también a nivel local existiera un entorno más “privilegiado”, por decirle de alguna forma, para que dedicaran todos sus esfuerzos a la actividad creativa, a la formación, al conocimiento y a la evolución científica. Y así intentar llegar a los mejores estándares científicos alcanzables.
¿Y qué te parece que aún queda en el debe?
Creo que en el debe queda una salida más profesional. Uruguay no ofrece un mercado que incorpore muchos científicos en ámbitos empresariales o de organizaciones no gubernamentales. Las opciones de salidas laborales para muchos estudiantes que se forman acá, y que son de muy buen nivel, no son muchas.
Los espacios laborales para científicos a nivel público se van saturando y siempre queda mucha gente por fuera. Lo ideal es evitar que muchos científicos jóvenes se vayan del país por este motivo.
Hace una década que el instituto incorporó, con apoyo de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), un secuenciador genómico de vanguardia que permitió la formación de un grupo multidisciplinario con la Udelar para la realización de pruebas genéticas a familias con sospecha de predisposición hereditaria al cáncer de mama. ¿Cuál ha sido la relevancia de la conformación de este grupo y de los 10 años de experiencia trabajando en esta enfermedad, que es la primera causa de muerte por cáncer en las mujeres uruguayas?
Ha sido un hito muy importante. Desde el inicio queríamos que el instituto fuera una plataforma para incorporar nuevas tecnologías al servicio de distintas áreas, como en la industria, el agro y la biomedicina, por ejemplo.
Para nosotros —por nuestra formación médica y porque somos docentes de la Facultad de Medicina de la Udelar— era importante que en el hospital público se transfirieran las últimas tecnologías en beneficio de una mejora en la calidad asistencial, a nivel de diagnóstico o tratamiento.
Es muy difícil para un hospital universitario acceder a tecnologías genómicas porque requieren altísimas inversiones y un equipo multidisciplinario. Entonces, creo que la gran ventaja de esta iniciativa —que no ha sido la única exitosa en este sentido— es la de generar unidades mixtas con el hospital universitario que permiten mejorar, innovar, incorporar y transferir nuevas tecnologías en diagnóstico.
Particularmente, este grupo se conformó utilizando equipamiento y conocimiento de investigadores básicos (biólogos moleculares) junto con clínicos (sobre todo de la parte oncológica) para llenar un hueco, que era la accesibilidad de la población de menos recursos a pruebas genéticas por riesgo al cáncer, tanto de mama como de ovario o colorrectal.
Hay muchas familias —un porcentaje entre 10 y 15 %— en las que se puede predecir que tienen un riesgo aumentado de desarrollar la enfermedad, entonces se pueden trazar acciones preventivas o de seguimiento con mayor frecuencia para detectarla en etapas más precoces. Eso implica una probabilidad de curación mucho más alta.
Lo que hicimos fue un proceso. Primero hubo un desarrollo, porque prácticamente todos los test genéticos que se hacían en el servicio de oncología del Hospital de Clínicas eran con técnicas más complejas y anteriores a la secuenciación masiva moderna. Esto hacía que el servicio fuera muy costoso y poco eficiente, lo que no permitía responder adecuadamente a la demanda. En el IP Montevideo se desarrolló un método propio optimizado mediante la incorporación de la secuenciación masiva. Posteriormente se creó la Unidad Mixta de Medicina Genómica para transferir la tecnología del instituto al hospital: se donaron algunos equipos por parte del IP Montevideo y se involucraron algunos bioinformáticos del instituto (que tienen un cargo pago por el Hospital de Clínicas y la Facultad de Medicina) junto con nosotros (que somos docentes asalariados de la facultad).
Ha sido tremendamente exitoso, porque esto empezó en 2014 y ya prácticamente llegamos a 200 tests genéticos que se han hecho desde el Hospital de Clínicas, con tecnología propia. Lo importante es que mejoramos la accesibilidad, porque con fondos extra presupuestales o con el pago de los tests de la gente que es externa al hospital se subvencionan, en parte, los test gratuitos a gente que no tiene recursos para hacérselos. Estamos hablando de tests que originalmente se enviaban al exterior y eran muy costosos.
Esta iniciativa muestra cómo uno gana en impacto cuando se logra la coordinación de un equipo multidisciplinario que trabaja en conjunto con un objetivo común. Ese ha sido uno de los grandes éxitos. Y así como este, el IP Montevideo ha colaborado con otro tipo de desarrollos.
¿Qué es lo que se sabe hoy que no se sabía hace diez años y es fundamental para avanzar en la investigación sobre cáncer de mama?
Hace diez años, lo que se sabía es que había ciertos tipos de cáncer (sobre todo el colorrectal, de mama y de ovario, que son los más frecuentes) en los que una parte significativa de ellos era heredable. Se había descrito algún gen, pero no había tecnologías que permitieran hacer una lectura completa de esos genes para ver si tenían mutaciones. Eran técnicas más complejas, caras y más rudimentarias.
Las nuevas tecnologías, sobre todo la técnica de secuenciado masivo —como la que dispone el IP Montevideo y que gracias a la universidad se logró comprar uno similar en el Hospital de Clínicas para el diagnóstico genético—, han permitido que ahora podamos leer gran parte de la información de los genes que están vinculados a un alto riesgo de cáncer. Entonces, eso ha mejorado notoriamente el diagnóstico precoz y la prevención de ciertos cánceres.
Esa nueva técnica imagino que ha mejorado los tiempos y también dismnuido los costos…
Y también la exactitud y la calidad de la información que se obtiene. Eso por un lado.
Lo otro a destacar es la incorporación al equipo de la Unidad de Bioinformática del instituto. Es una disciplina relativamente reciente que se dedica al análisis. Cuando uno tiene millones de datos, ya no puede hacer todo a mano, necesita ciertas habilidades informáticas dedicadas justamente al análisis de datos biológicos o genómicos. La integración de investigadoras como Lucía Spangenberg y Camila Simoes, y la participación de Hugo Naya, nos ha permitido desarrollar métodos propios de análisis.
Desarrollar un método de análisis nos da una ventaja: estamos obteniendo datos genómicos de la propia población uruguaya. Antes, los datos se mandaban al exterior y se recibía información muy parcial, porque las distintas poblaciones y zonas geográficas tienen características genómicas diferentes. Hay cierto tipo de variantes genéticas o mutaciones que no son frecuentes en el norte occidental, pero sí lo son en nuestra población. Eso nos está permitiendo generar una cantidad de datos que, a medida que se van acumulando, resulta en una colección importante de nuestra población y no tenemos que basarnos en datos que provienen de poblaciones muy diferentes a la nuestra.
Es como un mapa genético propio…
Exacto. Y la Unidad de Bioinformática tiene una característica importante, que es que ha hecho un estudio de genomas normales uruguayos. Eso también es fundamental para tener un comparativo y para ver genómicamente qué características tenemos. Y allí ya se puede ver que tenemos diferencias con otras poblaciones, mismo de la región.
Estás en la etapa final de tu carrera laboral. ¿Qué es lo que te deja más orgulloso?
Lo primero es haber participado de una iniciativa como la del instituto, que ha marcado un antes y un después. Hemos visto las capacidades que tiene a nivel de jóvenes investigadores, de conocimiento y de equipamiento, y que es capaz de dar respuestas a problemas nacionales, tanto en términos agronómicos, como de salud animal o humana (como en el caso sobre el que conversábamos previamente). Es decir, no es un instituto que se dedica simplemente a investigar y a generar nuevo conocimiento, cosa que es importante, sino que ese conocimiento se va convirtiendo en mejoras que se replican en nuestra sociedad. Creo que esa es una de las características más importantes a nivel institucional y lo que me deja muy conforme.
Lo otro es ver el resultado de nuestro compromiso con la generación de un espacio para la formación de investigadores en las mejores condiciones. Es gratificante ver el nivel de calidad, el despegue y la capacidad que han desarrollado los jóvenes investigadores. Nos han superado enormemente.
Mi generación creció en otro contexto que era más dificultoso, pero las condiciones de ahora han generado científicos con un enorme reconocimiento institucional, y eso también es gratificante, porque quiere decir que la tarea estuvo bien hecha. Siempre hay cosas mejorables, siempre se puede hacer más, pero creo que se han superado las expectativas que teníamos.
Y creo que el posicionamiento internacional de Uruguay —no solo del IP Montevideo, sino también de otras instituciones académicas— ha aportado a otra visión del país. De hecho, hay un reconocimiento internacional. Hoy hay investigadores que son invitados a conferencias en otros países y son parte de los grupos de referencia, hay proyectos financiados internacionalmente… Eso para mí es lo más gratificante.
Hemos dado el contexto para que los jóvenes investigadores desarrollen al máximo sus capacidades. Insisto en que creo que nos han ido superando, y esa es una de las cosas que busca alguien que tiene historia en la docencia…
Lograr que el estudiante supere al maestro…
Exactamente. Cuando se logra eso, ya está.
¿Te imaginás seguir ligado a la ciencia de alguna u otra forma?
Tengo pensado seguir ligado, pero con otro tipo de ritmo, en lo que sea necesario, apoyando y participando.
Quiero estar como colaborador y disfrutar un poco, porque uno está en la carrera que ha elegido porque le gusta, pero lleva mucho tiempo y ha exigido mucho esfuerzo. Uno siempre deja muchas cosas de lado y es momento de equiparar un poco. Es una tercera y última etapa de la vida en la que hay que hace un balance. Uno se desacostumbra a una vida cotidiana más tranquila y volver a eso cuesta. Ese proceso lo estoy haciendo desde hace ya un tiempo.